La reacción inmediata del presidente francés, François Hollande, tras
los atentados de París, que costaron 130 muertos, fue lanzar a sus
bombarderos sobre objetivos de Daesh en Siria. Urgía dar la impresión de
que Gobierno no era impotente ante lo sucedido y que era capaz de dar
una respuesta drástica y contundente. París anunció que se habían
atacado centros militares y de reclutamiento. Para corroborarlo se
difundieron vídeos en los que se veía cómo estallaban en pedazos los
blancos del bombardeo. Aparentemente una operación quirúrgica en la que
solo debían morir los ‘malos’, pero de la que no se tiene constancia de
bajas entre la población civil. Días después y en solidaridad con
Francia, el Reino Unido lanzaba también sus bombarderos sobre territorio
sirio.
Después de uno de estos ataques llevado a cabo por la coalición
internacional, realizado el pasado siete de diciembre en el noroeste de
Siria, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos informó de la muerte de
26 civiles, entre ellos siete menores y cuatro mujeres. La ONG señaló
que el bombardeo tuvo como objetivo el pueblo de Al Jan, al sureste de
la ciudad de Al Hasaka, una zona próxima a la localidad de Al Hul, el
bastión principal del grupo terrorista islámico Daesh. La fuente no
descartó que el número de víctimas mortales fuera mayor porque hubo
desaparecidos.
El pasado miércoles, Médicos Sin Fronteras (MSF) hacia balance y
presentaba el informe ‘La acción humanitaria en 2014-2015: fin de una
época’ elaborado por el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción
Humanitaria (Iecah) en el que da cuenta del agravamiento de la violencia
contra la población civil y no solo en Siria. El director general de
MSF, Joan Tubau, alertaba contra la tendencia de considerar los daños
colaterales sobre la población como “algo normal a lo que habría que
acostumbrarse”. En esta normalidad entrarían no solo bombardear zonas
densamente pobladas sino también centros médicos y hospitales. Tubau
remarcó que el bombardeo por error de Estados Unidos del hospital de
Kunduz, en el que murieron 30 personas entre servicio médico y
pacientes, no es un hecho aislado. Según el responsable de la ONG, no
tienen un solo hospital en zonas conflictivas que no haya sido
bombardeado.
Las organizaciones humanitarias denuncian que el flujo de refugiados,
en especial desde Siria, se produce también como consecuencia de esos
ataques aéreos sobre ciudades o grandes núcleos de población. Calificar a
los bombardeos de ‘quirúrgicos’ o ‘tácticos’ suele ser una falacia para
tranquilizar conciencias y una forma de ocultar la realidad de que
muere gente y provoca altos grados de sufrimiento.
El bombardeo aéreo se ha convertido en la forma más fácil de
intervenir en un conflicto, incluso con un nulo riesgo de pérdidas
propias gracias a los drones, pero además del coste de vidas civiles y
como ha demostrado el caso de Siria no consigue revertir la situación.
Combatir el terrorismo de Daesh debe hacerse también sin duda con medios
militares, pero, como asegura el codirector del Iecah, Jesús A. Núñez
Villaverde, hasta ahora ha primado un “enfoque cortoplacista que nos ha
llevado de nuevo a la casilla de partida del conflicto: considerar al
presidente Asad como imprescindible de una solución y llevar a cabo los
pactos puntuales con facciones en lucha poco fiables”. A su juicio, este
tipo de conflictos requiere una respuesta multilateral, como pudiera
ser una alianza internacional lo más amplia posible, y multidimensional
en la que no prime exclusivamente lo militar.
Como han demostrado Irak y Afganistán, el gran peligro de la guerra
contra Daesh es provocar más sufrimientos y daños a la población civil
sin lograr erradicar al movimiento islamista ni mermar su capacidad para
golpear, tanto sobre el terreno como en Occidente.